ENCIERRO LA PEZA 13/10/13. Campo y Corrales
Mañana espléndida la del domingo. Una
vez más nos dirigimos a La Peza, teníamos previsto asistir únicamente el
sábado, pero quedamos encantados por la singularidad del encierro, donde
conservan las tradiciones.
Encierros tradicionales declarados
de Interés Turístico de Andalucía, donde prima la tradición. Ya en el siglo XVI
hay constancia de estos encierros que tienen su origen en las primeras
repoblaciones tras la reconquista, cuando llevan toros para celebrar las
fiestas. Han sido de varios puntos a lo largo de la historia desde donde han
llevado el ganado, aunque desde hace unos años y para mantener la tradición se
llevan por el campo desde la cercana localidad de Lugros, a unos 10 kilómetros.
Es precioso ver como se mantienen
las tradiciones y costumbres, los lugareños acompañan vara en mano, como lo hacían
sus antepasados, el ganado desde esta localidad. Hay quien lo hace a pie, otros
a caballo, que junto a los ganaderos y una magnífica parada de mansos hacen que
vayan tranquilos andando hasta el pueblo.
Aunque el encierro propiamente
dicho comienza a las 11 de la mañana. Mucho antes, sobre las 7:30 – 8:00 salen
de Lugros los caballos, junto a los cabestros, los lugareños más avezados y los
protagonistas de las fiestas, los toros, que en esta ocasión eran cuatro
utreros de la ganadería jienense de Jiménez Pascuau, procedencia Juan Pedro
Domecq y otro de Francisco Sorando . Cuatro utreros son para ser lidiados por
la tarde por novilleros del primer nivel del escalafón, mientras que el quinto
va de sobrero, y en caso de no ser necesario se suelta para el disfrute de los
vecinos después de la corrida.
Según van llegando al pueblo es
cada vez más la gente que sale al encuentro de los toros, como sucede desde los
tiempos inmemoriales, cuando los toros cruzaban las grandes ciudades o pasaban
cerca a estas.
El último tramo antes de llegar a
la carretera de acceso al pueblo, la GR – 4104, es precioso, ya que tanto los
jinetes, como los pastores a pie y el ganado tienen que descender por la
empinada ladera, que salvando las distancias es similar al descenso del pilón
de Falces. Pasan por una zona angosta, empinada y excavada en la roca, un
sendero que a buen seguro ha sido utilizado en infinidad de ocasiones por los
habitantes de la zona para ir al monte a por el ganado o a las tierras de
labor.
Cuando llegan a la carretera los
toros se distraen un poco, es bastante el público que los recibe, y por primera
vez pisan el asfalto, algo extraño para ellos. Se unen todavía más, y son
arropados a la perfección por la parada de mansos que los conduce hacia el
descansadero. Son magníficas las vistas de los caballistas y los vecinos de los
pueblos cercanos como van por delante frenando a la torada de bueyes y utreros,
con los restos del castillo musulmán al fondo, la plaza de La Peza expectante
viendo llegar al eje central de sus fiestas, y el embalse de Francisco Abellán
del Río Morollón un poco más lejos.
Antes de llegar al pueblo desvían a
la manada a una era cercana al pueblo donde descansan los animales y esperan a
que llegue la hora del encierro. Mientras tanto cada vez llega más público al
pueblo, es impresionante la cantidad de gente que acoge el pueblo en fiestas.
A las once en punto suenan los tres
cohetes y empieza el encierro. Primero al paso, muy lento, con algún caballo
por delante que poco a poco se van quitando para dejar a los mozos que sean los
que lleven el ritmo. Estos van andando, luego van incrementando el ritmo
paulatinamente bajando por la Avenida Garrido Abellán, para ir fuertes en la
parte baja, como si hubiese que coger carrerilla para la empinada cuesta por la
Calle del Río. Una zona preciosa, en la que se va empinando poco a poco la
calle, también da la sensación de estrecharse, parece que se llega arriba, pero
esto no sucede nunca, es interminable. Los novillos llegan al tramo final por
lo general antes que los bueyes, ya que estos son grandes y muy pesados.
Al llegar arriba, un giro a la
izquierda, donde el monumento y entrada en la plaza. Una plaza con barrotes de
madera, que a buen seguro ha sufrido pocas variaciones a lo largo de los
siglos. Los troncos están atados con cuerdas y mantiene el encanto de la
tradición. Es una plaza rectangular, curiosa y con un misticismo especial.
Entrada limpia en la plaza. Mucha gente
para entrar, que se agolpan en la curva y ven la larga recta de bajada y
subida, pudiendo observar casi la totalidad del encierro. Los novillos entraron
hermanados, y un joven se cruzó delante de ellos, sin que hiciesen la más
mínima intención de ir por él.
Después se meten en un pequeño
corral con una manga de troncos de madera y se vuelven a sacar a todos los
novillos de uno en uno para que el público los vea. Ahora se respeta, pero hace
unos años se les intentaba dar algún que otro capotazo por los más valientes de
pueblo. Cuando han salido y vuelto a entrar todos los novillos, se les vuelve a
sacar juntos con los mansos para darles una vuelta y de nuevo a los corrales.
El de Sorando sufrió una cornada por uno de los utreros, lo que hizo que
mostrase signos de dolor, embistiendo fuertemente a las puertas, incluso
girando alguna de ellas.
Al finalizar el festejo se ovacionó
la actuación de bueyes y pastores y se fue desalojando poco a poco la plaza.
Antes de desalojarla del todo fueron sacando a los mansos porque no entran en
el pequeño corral y estos se hicieron hueco entre el público. Después uno de
los bueyes saltó la puerta de los toriles provocando el pánico del personal ya
que pensaban que era un toro el que se había escapado.
Agradecer a los lugareños de La
Peza el trato con que nos recibieron. Fue exquisito. Nos sentimos en un
encierro de otro siglo, donde se respeta al animal y sobre todo las tradiciones
y costumbres. Es un encierro que los amantes del festejo popular tienen que
visitar al menos una vez, y hacer el trayecto desde Lugros, para remontarnos a
como empezaron los encierros. Es como si fuese una trashumancia a pequeña
escala.
Fotos realizadas by RGH.
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